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Esta por atardecer, de rojo los vestidos en las ideas del planeta se arriman reveladoras ante los ojos de mi. Sumergido el espectáculo del atardecer desprovisto de sus conceptos atardece sin cielo ni sol.
Una alegría extraviada de alguien que paso cerca y reboto hacia el infinito.
El movimiento lentísimo insoportable de figuras gigantes sobre mi cabeza y debajo.
Transito no se donde una calle de otro lugar fósil.
Arboles. Allá y aquí, que traen años.
Esta por atardecer en la ciudad de todos los dioses que no es mi ciudad y no puedo precisar cual es.
Asomado, a un pequeño charco de agua turbia, la sirena azul del océano lleva el pelo suelto que enreda, en las columnas de un partenón submarino y rueda escaleras abajo lentamente.
Mis ojos que miran extienden la mano y le tocan.
El agua es tan fría como el azul de la sirena.
Comprendo el frió y retiran mis nervios la mano.
Estoy sangrando.
Aburrido, en la soledad del tiempo quieto equilibro mi eje y camino, por la cornisa del cordón de la vereda seca rindo examen de manejo de mi mente, de mi cuerpo.
Por eso extiendo mis brazos, por eso camino lento.
Abajo aquello que pretendo, pero temo caer. Por eso extiendo mis brazos, por eso yergo mi cuerpo.
De reojo miro el abismo para tomar conciencia de él y de mi.
Esquivo, camino, pendulo como amarrado al espacio por un cable traicionero.
Me distrae un niño que juega cuando viro los recuerdos, pero no caigo.
Me distrae el niño cuando mira que no juega.
Me distrae la tierra en los zapatos del niño.
Su pantalón corto. Su camisa corta. Sus piernas grices.
En el tiempo inexistente y eterno un cometa, que viajaba para mi, pasa sobre mi cabeza a millones de siglos de distancia y roza mi cable tieso.
Despejo el razonamiento para razonar peor, estoy atento ahora y listo para equivocarme mas.
Llego a la esquina de todos los vértice, germinada en mil triángulos como estalactitas de ninguna parte.
Todo ocurre en la capital del recuerdo que nunca fue pero ahí esta.
Escucho el mensaje en el viento y en las cuerdas vocales de la geografía siniestra, detenido, contemplo y muero.
Ahora el niño viaja sobre un pentagrama.
Escupe claves negras y el puño de un dios que migró, le pica con la pluma sin intención de molestarlo.
El espacio vácuo.
Se arrastra el niño sobre el pentagrama.
Se levanta con sus fuerzas el niño.
En su espalda lleva un código escrito en tinta negra.
Corre el niño como un rayo sobre el pentagrama y en el aire que no respiro las notas de una melodía familiar con el.
Resumo, reviso, corrompo, pervierto.
Agito la cabeza-

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